Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. (Rayuela)

viernes, 7 de agosto de 2009


Mirales correr detrás de esa falda, de esa sonrisa, bajo el pardo cielo después de un día de bochorno. Asfixiadas ellas deshojan margaritas sin ninguna esperanza,sin ningún por qué, pero con una incertidumbre enorme por el resultado de aquellas diminutas hojas blancas. Estoy sentada en el borde del paseo, observando a la gente fluir, respirar, expulsando aire entre comisura y comisura de sus bocas, intercambiando palabras con personas y con los demás. Figuran en el espectáculo que estoy viendo, de gestos, de caras, de niños y padres paseando. Unos corren, otros esprintan .Algún chaval me mira, sonrío y se asusta. Yo tarareo alguna cosa y me tumbo en la piedra donde estoy sentada. A mi derecha el mar, a la izquierda mi teatro personal, en el que las personas figuran como personajes. Me recuesto, en estado de ingravidez, tengo la tensión un poco alta y al levantarme me mareo. He ahí mi personaje principal, un chico alto, moreno y con el pelo rizado espera a alguien en un banco. Intercambiamos un par de miradas fugaces y entonces sonríe. Ahora el cielo es azul y el mar suena cada vez más flojito, todo se ha parado menos mis pensamientos. Él, ya no me mira, se entretiene comiéndose el cordón de su sudadera y observando, como yo, la escena de siempre.

Entonces se marcha y me pregunto por qué no le dije nada.
Y me llaman para tomar algo y me voy, esperando volver a verle.

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