Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. (Rayuela)

lunes, 15 de marzo de 2010

Sabes que pasé por aquí



Se levantó de la cama con un intenso dolor de cabeza y las sábanas revueltas. Olor a tabaco por toda la habitación. Ni rastro de ella, quién sería ella y dónde iría ahora que se había puesto a llover. Llover para limpiar la calle y los recuerdos de la noche anterior. Que no eran malos, pero tampoco eran buenos. Que no se podía olvidar a una chica entre las piernas de una mujer ya lo sabía, lo que no recordaba era el sentimiento entre alegría y culpa que precedía a una noche de sexo salvaje. “Sentimientos de un domingo” se dijo. Y se empezó a descojonar. No era la primera vez que se reía de sus pajas mentales, sus extrañas relaciones de ideas. Tampoco esta sería la última vez.
Conoció a Margot, por llamar de alguna forma a la mujer que le acompañó la noche anterior, en un bar cerca de Malasaña. Esos que huelen a barril de cerveza y donde los baños nunca están tratables, y menos para follar. Margot con su vestido negro y sus zapatos de tacón sola en la barra del bar. Él con cara de paisaje mirando su cubata, viendo los hielos desaparecer entre particulas de garrafón y burbujas de la coca cola. Ella haciendo repaso, supongo, de las miradas perdidas, de los mensajes subliminales no captados…saliendo cada dos por tres del bar. Él le dijo al barman “le llevas una copa de lo que beba a los labios de esa esquina”. Acto seguido Margot y este chico se encontraban en una esquina de por ahí mordiéndose el alma. Y digo mordiéndose el alma por no decir que Margot se la estaba chupando. De arriba abajo, con todo su miembro en la boca, tratando de hacer mayor fuerza en el glande al supcionar. Él con su mano izquierda en el hombro de aquella mujer, y su mano derecha apoyándose en la pared, dándole hostias de vez en cuando, tal era la excitación del momento. Margot terminó chupándole los huevos y le dijo “si me llevas a tu casa jugamos los dos”. Él pidió un taxi y durante el trayecto no se le bajó la erección. Subieron las escaleras que conducían a su piso riéndose a carcajada limpia de cualquier ocurrencia y según entraron en el apartamento, él la empotró contra la pared y comenzó a bajarle poco a poco los tirantes del vestido, y con ello, la chica acabo medio desnuda y con los tacones puestos, y él con la camiseta tirada por el suelo y una tienda de campaña a la mitad del cuerpo. La tiró sobre su cama y se desnudó, la abrió de piernas… y lo demás te lo imaginas. Desenfreno acompañado de jazz por debajo de unas caderas, fina cintura, ganas, alcohol y demás excesos.