Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. (Rayuela)

viernes, 2 de abril de 2010

Chema y el pantalón.

Chema es un señor sin complejos, sin ataduras. Anda por donde quiere. Podría decirse que ha recorrido todos los recovecos del universo. Nadie nunca se lo ha impedido. Y digo nadie, pero no digo nada. Y pronto se verá por qué.

Chema de niño vivía con su familia en el cuarto piso de un bloque de edificios de un pequeño barrio de una gran ciudad. Podía pasarse horas leyendo y mientras leía, se fijaba en los acentos, las comas y puntos y aparte. Otros días montaba en bicicleta e intentaba calcular, en su pequeña cabecita, a los kilómetros por hora que iba. A veces, jugaba a las canicas en la plaza, pero sólo a veces , porque antes de ponerse a jugar tenía que contar las canicas que llevaban cada uno de sus contrincantes, y eso, a los niños, les ponía nerviosos. Cuando se enfadaba por esa razón, paseaba por el mercado y contaba el número de filetes que cortaba el carnicero, las veces que pasaba el jamón york por la sierra o intentaba recordar el número de canciones que sonaban en la vieja radio del charcutero.
Pero el hecho que más caracterizaba a Chema, nuestro pequeño maniático, era la fijación que tenía por su nuevo pantalón de pijama. Era un pantalón azul marino con cuadros escoceses en rojo y su forro consistía en una tela muy calentita y de color negro que lograba templar las piernas de Chema cuando salía de la ducha medio empapado.
Una mañana de abril, mientras se desperezaba aún dentro de las sábanas, sentenció que ese pantalón debería marcar si un día iba a ser bueno o no. Y es que Chema pensó que dependiendo de donde quedara la etiqueta del pantalón, el día sería mejor o peor. Si quedaba en la parte delantera el día sería malo, si quedaba detrás, sería bueno.
Esa mañana, Chema se levantó de la cama, encendió la luz y miró. La etiqueta delante. Pues vaya, un día malo.
La mañana, la tarde y la noche transcurrieron sin demasiada complicación, pero Chema le sacaba lo malo a todo lo que hacía.
Al día siguiente, la etiqueta volvió a estar delante, y Chema de nuevo lo pasó mal. Al día siguiente lo mismo, y al siguiente..
Chema empezó a estar preocupado, el pijama controlaba su vida.
Un día, la madre de Chema entró en la habitación, él estaba sentado al borde de la cama con el pijama entre las manos.
-Chemita, dame el pijama que lo voy a poner a lavar.
La madre de Chema cogió al pijama y le dio la vuelta a los perneras. Con el pijama al revés Chema se dio cuenta de una cosa. El pijama aquel que tanto le complicaba la vida tenía etiqueta en las dos partes.

Así es como Chema logró cambiar por completo y no dejó nunca más que sus manías controlasen su vida.